Sobre la escritura

«La arquitectura limpia y quieta está dispuesta al nido. Se nace huevo, se nace cascarón. La cicatriz atraviesa el cuerpo y lo divide. Estado de escisión y parto. La escritura irrumpe desde su omisión y reposo. Me sumerjo en el texto que se despoja de cualquier forma permanente de la lengua; descubro así un nuevo universo que intuyo y construyo. En esta dimensión que provoca la escritura, emerge lo creativo.»

Cristina Guillermo

Puse en marcha mis ejércitos

En junio de este año me integré al curso/taller Escritura y deseo a cargo de la poeta uruguaya Paola Gallo; mi interés surgió por la necesidad de establecer un diálogo con otros en torno a la literatura y a la escritura creativa. El soliloquio que surge al leer un texto o explorar a un autor, necesita entrar en contacto con diferentes lecturas: transformar en diálogo el monólogo. Hay una emergencia de mantener como esencial lo esencial, y es que la naturaleza de la vida cotidiana cambia lo primario a secundario, hasta que eso se convierte en espina. Así que por la incomodidad de ignorar lo que está ahí, punzando  —la escritura, ya que la lectura siempre me ha acompañado—, retomo las riendas de mi voz y continúo con mi experiencia como escritora.

Mi escritura se ha definido por momentos de frustración e imposibilidad, pero también por repentinos encuentros con el lenguaje. Ese instante de luz lo atesoro en la memoria y el papel —ahora en la pantalla—. Desde pequeños espacios y momentos fragmentados de escritura, he combatido por un “cuarto propio”, en términos de Virginia Woolf. Desde los silencios convenidos conmigo misma y también los autoimpuestos, he dado batalla entre el decir y el callar. Esta ha sido una contienda casi cotidiana con la escritura, en la que se filtran deberes inherentes a mi ser y estar, como si se tratase de algo ajeno. Ahora los integro. Escribo desde la incomodidad y mitigo la escisión. Transformo la deuda en ganancia. 

Pienso en Marguerite Duras y su ensayo Escribir, en el que afirma que la escritura es inevitablemente un riesgo. Entonces me arriesgo, o mejor dicho permito que mis textos se adentren al peligro y accedo a la duda que se asienta, que se torna impulso de mi trabajo creador. 

He dado un paso importante al iniciar este espacio virtual; más aún al escribir junto a mi nombre el sustantivo escritora. Tomo entonces el riesgo de definirme como tal: escritora mexicana, como si mi origen acotara el peso de tamaño nombre. Asumo también la contradicción de querer decir y buscar el silencio, de callarme y aislarme de los otros, porque como dice Duras: “Alrededor de la persona que escribe libros siempre debe haber una separación de los demás. Es una soledad. Es la soledad del autor, la del escribir.” Ésta es una soledad fecunda, de “manos vacías, cabeza vacía, escritura desnuda”. Hacer de la escritura un proyecto de vida, y este es mi proyecto. Para Duras la determinación del creador es lo que cuenta. Estoy determinada. Lanzo mis textos para que con la valoración interna de los lectores —pocos, muchos… no importa— se completen. Estoy dispuesta a bendecir mi propia voz, dándole este espacio, dejándola ser.

De una u otra forma la escritura siempre me ha habitado; ahora entiendo que es una forma de despojo conforme me ocupa. Es un movimiento a la inversa, de forma líquida. Los espacios comienzan a anidarse según transito por esta fría arquitectura; pero, no es la casa ni sus muros. Es el lenguaje en su proceso de significar. Es el silencio que quiebra los hábitos. Admito el tedio, porque desde ahí me reinvento. ¡He puesto en marcha mis ejércitos!

La arquitectura limpia y quieta está dispuesta al nido. Se nace huevo, se nace cascarón. La cicatriz atraviesa el cuerpo y lo divide. Estado de escisión y parto. La escritura irrumpe desde su omisión y reposo. Me sumerjo en el texto que se despoja de cualquier forma permanente de la lengua; descubro así un nuevo universo que intuyo y construyo. En esta dimensión que provoca la escritura, emerge lo creativo.

La escritura es entonces mi antídoto contra la rutina y lo convencional; es un instante de total certidumbre de mi ser. Acontece en la sorpresa, el encuentro, y se hace certeza. Una certeza puntual de estar viva, de querer ser lenguaje. En términos de Clarice Lispector: “Y si tengo que usar aquí palabras, tienen que tener un sentido casi únicamente corpóreo, estoy en guerra con la vibración última.”

Noviembre de 2020