Comentarios y reseñas literarias

Nada de todo esto de Samanta Schweblin

En los cuentos que integran Siete casas vacías deSamanta Schweblin (Buenos Aires, 1978), la violencia afectiva y la pérdida (abandono, muerte, enfermedad, locura) subyacen en las tramas de diversas familias donde los vínculos muestran heridas profundas, muchas de ellas irreparables. A lo largo de los relatos nos asomamos a momentos clave en la vida de hijos, madres, padres y esposos que nos permiten ver el dolor por el que pasan los personajes. En este trabajo se responderá a la pregunta: ¿Cómo logra Samanta Schweblin transmitir de manera original la personalidad de las protagonistas de Nada de todo esto, así como la sensación de incomodidad a lo largo del cuento? Para responder al cuestionamiento se analizarán diferentes rasgos formales y estilísticos como la estructura, el tiempo y el ritmo de la narración, el punto de vista, los personajes, el contraste entre los lugares donde sucede la historia y el estilo de la autora.

Nada de todo esto es el primer relato de Siete casas vacías, y con esta historia la escritora nos conduce al interior de las relaciones familiares, en este caso la de una madre y su hija de la cual no tenemos una edad precisa, pero sabemos que ya tiene los años suficientes para manejar un automóvil. El argumento es el siguiente: las mujeres se encuentran en un barrio exclusivo observando hermosas residencias desde su coche; la señora va al volante y es quien decide esos recorridos desde que su hija es pequeña. El relato inicia con la afirmación de la madre: “Nos perdimos” y acto seguido “Frena y se inclina sobre el volante. Sus dedos finos y viejos se agarran al plástico con fuerza” (Pos 43). A partir de esto se desencadena el conflicto; madre e hija discuten, la señora comienza a dar vueltas de manera histérica, hasta que las llantas quedan atascadas en el jardín frontal de una residencia. La dueña sale al ser notificada por su hijo pequeño, y desconcertada por el maltrato de su jardín debido al atasco de las llantas del carro, pregunta a las mujeres qué hacen ahí. Posteriormente se desata una escena de manipulación y absurdo por parte de la madre, quien al no poder dar una respuesta coherente a las preguntas de la señora, comenzará a temblar, llorará y solicitará una ambulancia. El relato continúa con la transgresión del espacio por parte de la progenitora; mientras la hija busca unos troncos en el bosque aledaño para desatascar las llantas y poder retirarse, la madre entra a la casa, se dirige a la cocina donde se le ofrece un té, luego llora en el baño de visitas, sube a la recámara principal y reacomoda la cama, ingresa al baño matrimonial y prepara la bañera. Cuando está a punto de quitar los ganchos de la cortina de baño, su hija logrará sacarla rápido, pues el hombre de la casa ha llegado para asistir a su esposa en ese evento tan desafortunado.

El cuento comienza in media res, por lo que de manera inmediata los lectores estamos en el centro del conflicto e iremos descubriendo lo que suscita el caos en la historia, aunque la información que nos aporta el narrador autodiegético, la hija, será limitada al mostrarnos sólo un punto de vista, que además se encuentra sesgado por el enojo hacia la madre y la vergüenza que siente por sus actos transgresores. Las acciones se narran en presente, por lo que asistimos al avance de los hechos en tiempo real, desde que atardece hasta que anochece, un par de horas aproximadamente.

En cuanto a la estructura, podemos observar tres apartados a lo largo del relato; la primera parte se da desde el inicio abrupto del atasque del carro, hasta el momento en que la madre y la hija abandonan la residencia cuando aparece el marido. A lo largo de este primer apartado observamos la invasión del lugar, el ingreso y la alteración de la parte más íntima de la residencia. La segunda parte es la huida; la hija maneja el carro y recrimina a su madre el extraño comportamiento durante la estancia en la residencia; observamos asimismo un cambio de roles que se vislumbra durante el primer apartado: la hija se dirige a su madre con la autoridad de un tutor. El apartado final inicia con la llegada de la dueña de la residencia a la casa de las mujeres, para reclamar la azucarera que la madre ha robado; durante esta sección observamos un cambio en la actitud de la mujer, pues se muestra más frágil y dócil, al presentarse para recuperar el único objeto que le queda de su mamá. 

El cierre de Nada de todo esto es totalmente inesperado e inquietante, pues la hija, al ver a su madre enterrar en el patio trasero la azucarera robada, reta a la dueña de la residencia a encontrarla por ella misma; ver a la mujer desacomodar la casa para encontrar el objeto preciado, nos revela que la hija en el fondo desea agradar a su madre, pues “si se recompone pronto de su nuevo entierro y regresa a la cocina, la aliviará ver cómo lo hace una mujer que no tiene sus años de experiencia, ni una casa donde hacer bien este tipo de cosas, como corresponde.” (Pos 206)

La narración es lineal y la extensión de cada apartado va disminuyendo conforme avanza el relato; la primera parte es la más extensa, mientras que la última es la más breve. Asimismo, las acciones a lo largo de la primera sección se describen con mayor detalle, el enfoque es minucioso cuando se cuenta lo que pasa dentro de la residencia. En la segunda parte la narración se da con mayor rapidez, debido a la urgencia de la huida; la media hora de regreso a la casa de las protagonistas se narra mediante elipsis, y lo que ocupa mayor lugar en este apartado serán las preguntas desconcertadas que la hija hace a la madre acerca de su comportamiento y la respuesta cortante de la señora. El desenlace será breve y sorpresivo, como ya dije: inquietante; la llegada de la dueña de la residencia es lenta y calmada, y el giro inesperado del cierre será ese knockout del que habla Cortázar que deja perplejo al lector al final de un cuento.

Samantha Schweblin presenta una cotidianidad perturbadora en sus cuentos, y en Nada de todo esto observamos la resaca de la ruptura y el abandono; el deseo de pertenecer a un mundo totalmente lejano, el que representa la mujer de la residencia y su familia, con un hogar amplio, pulcro y seguro, con tres livings, dos jardines muy cuidados, un marido que provee y sostiene. A diferencia de esta pequeña familia bien acomodada, residente de los suburbios más caros y elegantes de la ciudad, la madre y su hija han sido abandonadas por el padre y habitan una casa modesta, en la que es difícil caminar de manera holgada por los espacios reducidos y las cajas amontonadas; su coche es viejo y está oxidado, ningún lujo lo distingue, su volante está cubierto de plástico y no de piel como los carros de gente adinerada. 

La escritora resalta la extrañeza e incomodidad al poner a interactuar a dos personajes que contrastan por sus modos de andar y desenvolverse; la madre es impulsiva, iracunda, manipuladora y arisca, mientras que la mujer de la residencia es educada, delicada en sus acciones, aunque hable con firmeza y enojo por la situación, respetuosa y sumisa cuando se encuentra en la casa de la protagonista. La descripción contribuye al desarrollo psicológico tanto de una como de otra. Por otro lado, la hija es joven y se muestra sumamente molesta por las acciones de su madre, aunque no puede oponerse a ella deliberadamente y la justifica frente a la extraña a manera de protección: “Digo que mi madre no sabe conducir en el barro. Que mi madre no está bien” (Pos 77), aunque sabe que no es así: “[…] esto es exactamente lo que hacemos. Salir a mirar casas. Salir a mirar las casas de los demás. Intentar descifrar eso ahora podría convertirse en la gota que rebalsa el vaso, la confirmación de cómo mi madre ha estado tirando a la basura mi tiempo desde que tengo memoria.” (Pos 55) El vínculo familiar claramente está en crisis; podemos hablar de un amor hecho tedio y costumbre entre madre e hija, y definitivamente de una falta de confianza que debilita la relación. Por la información de la narradora sabemos que sus días transcurren de manera extraña, visitando lugares inalcanzables, y enfatizando con esto la inconformidad y frustración de la madre por su realidad.

Conocemos a los personajes por el punto de vista de la narradora que, como ya dije es limitado; del mismo modo, las descripciones y los diálogos serán primordiales para tener un perfil exacto de las protagonistas. En Nada de todo esto predomina el discurso narrativo, y las descripciones se enfocan en aspectos mínimos pero muy significativos tanto de los personajes como del espacio, sólo aquellos que ayudan a la construcción de atmósferas y caracteres, como cuando la hija describe a la madre distante y ofendida: “Mi madre conduce derecho, sin detenerse frente a ningún caserón. No hace comentarios sobre los cerramientos, las hamacas ni los toldos. No suspira ni tararea ninguna canción. No toma notas de las direcciones. No me mira.” (Pos 55-60) A través del retrato percibimos la frustración de la madre; Schweblin descubre su locura señalando su ceño fruncido, la mirada fija, la desviación del discurso. El estilo de la autora está libre de lugares comunes y explicaciones detalladas; ella escribe “fuera del relato”, es decir que con ciertos gestos e indicios abre una posibilidad de significados que corresponde al lector desentrañar. En este cuento presenciamos la ruptura de los vínculos familiares sin que el narrador los haga explícitos; Schweblin lo presenta mediante breves informaciones, como cuando la hija nos cuenta que a sus cinco años su madre la olvidó mientras cambiaba la disposición de unas flores en un jardín. Así, de manera indirecta, la autora consigue un perfil indiferente y negligente en su personaje.

En la interacción entre los personajes encontramos el discurso directo, más presente en la primera parte que en el resto del relato, donde los diálogos parcos y las preguntas sin respuestas subrayan la incomunicación y la distancia, primero entre madre e hija, segundo entre desconocidas que pertenecen a clases sociales distintas, generando con esto incomodidad y frustración en los personajes. Las preguntas de la hija a la madre denotan su sorpresa y la incomodidad que su madre le ocasiona; aunque sabe exactamente lo que hacen desde hace varios años, cae en la cuenta de lo extraño del comportamiento de su mamá en el instante en que están a punto de quedar atascadas. Asimismo, los diálogos de la madre son cortos y no buscan entablar una conversación; mientras conduce el auto antes del incidente sólo dice: “Miramos casas”, “Esto no tiene salida”, “Mierda” (Pos 49-66), y cuando está dentro de la residencia su discurso no corresponde al asunto, pues cuestiona las características de la decoración y los espacios como correspondería a una experta diseñadora de interiores: “¿Esto es mármol blanco? ¿Cómo consiguen mármol blanco? ¿De qué trabaja tu papá querido?” O, “¿Viste el diseño de esta azucarera.” (Pos 105) “¿De dónde saca la gente todas estas cosas? ¿Y ya viste que hay una escalera a cada lado del living? […] Me pone tan triste que me quiero morir.” (Pos 111-116)

Como sugiere el epígrafe de Juan Luis Martínez que Schweblin eligió para sus cuentos de Siete casas vacías, dentro de la casa familiar se borran las señales de ruta y se pierde toda esperanza. (Pos 32) En Nada de todo esto la escritora logra profundidad dramática al comunicar el frágil vínculo entre madre e hija; acerca al lector al interior de mujeres solitarias y frustradas, donde pequeñas decisiones como la de la hija al final del relato, demuestran un poco de amor hacia los propios aunque se sea cruel con los desconocidos.

Bibliografía
Schweblin, S. (2015) “Nada de todo esto” en Siete casas vacías. Edición ePub. Editorial Páginas de Espuma. Madrid.